Gonzalo Francisco
-¡Hola de nuevo! –dijo Lamote.
-Buenas tardes –respondió la señora María un
poco seria.
-¡Voy a llegar tarde
a casa! –pensó Lamote.
Y, enseguida, le indicó a la mujer:
-Perdone, pero tengo que ir a casa.
-¿Dónde vive usted?
–le preguntó la
señora.
-En la Avenida del Álamo, pisos Arroyo, nº 3.
-Pues yo vivo en la Urbanización “Joyas de la Corona”, nº 1, Bajo B y mi hija Maribel y mi yerno
Eulogio Pina
viven en el 1º D –comentó la señora María.
-¡Ah! Me parece muy bien. A todo esto, ¿qué hace
usted otra vez aquí? –preguntó Lamote.
-Pues que
tenemos un inquilino en el
edificio que es veterinario y mi marido le ha traído al gato Simba, a
la gata Barbie, a sus crías, al perro de raza pomerania Valentín, al canario Manolito, a la canaria Lola, a
la conejita Mira, al
conejito Borc y
a la
pitón Raimundo –le
contó la mujer.
En ese momento llegaron Maribel y Eulogio Pina, la hija y el yerno de la señora María.
-¡Hola, hijos!
–saludó María.
-Es un señor un poco raro –contestó la madre.
Fue entonces cuando apareció, bajando por la escalera, el marido de la señora María con todas sus mascotas.
Al llegar abajo se quedó
parado junto al
resto de su familia.
-Tengo que ir a casa –volvió a repetir Lamote con tono desesperado.
Tras hablar un rato, intentando pedirles
amablemente que se quitaran del medio, Lamote se enfadó y dijo alzando la voz:
-¡Ya está bien! ¿Quieren hacer el favor de
apartarse?
Tras un momento de
silencio sepulcral, la señora María dijo:
-Pues claro, ¿por qué no lo ha dicho usted
antes?
Fue entonces cuando Ramón Lamote se dio cuenta que hubiera sido más fácil decirles
directamente que se quitaran.
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