Beatriz
Pasaron los años y Faygal y su hijo Mayarik decidieron volver a visitar a Yerusok antes de la llegada del invierno, pues para entonces todo estaría nevado.
Pasaron los años y Faygal y su hijo Mayarik decidieron volver a visitar a Yerusok antes de la llegada del invierno, pues para entonces todo estaría nevado.
Al día siguiente,
cuando Mayarik estaba despidiéndose de su mujer, esta le dio una gran sorpresa…
¡Estaba embarazada! La gran noticia retrasaría el viaje. Pasó el tiempo y, al
final, por una cosa o por otra, el viaje se aplazó y se aplazó.
Transcurrieron los
meses, los años y, sin darse cuenta, Erik, el hijo de Mayarik, acababa de
cumplir 17 años y quería seguir el ejemplo de su padre y de su abuelo: ir a
buscar fortuna. Fue entonces cuando Mayarik y Faygal aprovecharon la partida de
Erik para viajar ellos a visitar, por fin, a Yerusok.
Después de andar
buscando fortuna, Erik no encontró nada y marchó de vuelta a casa, pero antes
tenía que comer algo o, si no, moriría de hambre. Buscó y buscó hasta que, al
final, encontró una casa. Erik llamó a la puerta. Pasaron los minutos y nadie
abría.
Cuando el joven
decidió marcharse, un hombre muy mayor lo saludó. Erik le respondió:
-¡Hola, señor! ¿Le
importaría que entrara en su casa y comiera un poco?
El anciano, que en
realidad era Yerusok, su bisabuelo, le contestó amablemente:
-Pase, pase, yo le
prepararé algo de comer.
Al rato, dos
hombres aparecieron por el horizonte y entraron en la casa.
-¡Erik, hijo mío! –exclamó
Mayarik emocionado.
Y entonces, el
joven miró a los tres hombres que tenía delante y comentó:
-¡Ah, ya entiendo!
Tú eres mi bisabuelo Yerusok.
Todos se abrazaron
y comieron juntos como una gran familia.
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